Kinvara, Van Morrison y Raymond Carver: La Irlanda lluviosa.

Llovía como si cayesen pequeñas monedas de cobre, llovía de manera lenta y cadenciosa, llovía como ha llovido siempre. Llovía, sencillamente llovía.

Llegamos a Kinvara, un pequeño pueblo del Oeste de Irlanda, incrustado en la Bahía de Galway, en el Condado de Galway.

Kinvara, Van Morrison y Raymond Carver ¿Cómo invitarlos al mismo pueblo? ¿Cómo incluirlos o evitarlos? ¿Cómo adentrarlos en la Irlanda lluviosa?

Es posible que Van Morrison estuviera tarareando Into the Mystic en algún callejón cercano (Van Morrison – Into The Mystic).

La bahía de Galway envolvía el lugar. Señorial, distante y gris.

La Gran Hambruna de la década de los cuarenta del siglo XIX, y las posteriores migraciones, convirtieron éste puerto pesquero, en un pueblecito pintoresco de algo más de mil habitantes.

Sus habitantes ya no están esqueléticos, si no más bien orondos.

El tiempo es arisco y sólo apetece meterse en un bar a degustar un buen Jameson, con un par de hielos, mientras lees con desgana algún cuento de Raymond Carver de su desolada obra maestra «De qué hablamos cuando hablamos de amor».

Pero, apenas son las diez de la mañana, con lo que acabamos en un coqueto café comiendo scones con mantequilla y mermelada de mora.

Hay carteles con varias B&B para dormir. El pueblo destila un aire bohemio. Se anuncian cursos de yoga y terapias naturales. Un hombre pasa cerca. Es una suerte de Hemingway, huraño e irlandés.

Igual es un curtido pescador. No es moco de pavo, pues en ésta bahía, sus antepasados cincelaron un barco velero, de características propias, denominado Galway Hooker.

Los barcos pesqueros esperan ansiosos a que la marea suba.

No me importaría quedarme un par de días por aquí. Pero hay que continuar camino.

El pueblecito me encantó pero todo es relativo. Los Undertones (The Undertones – Teenage Kicks) no hubieran parado ni para echar una meada.

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