Una de las paradas de nuestro crucero por el Mediterráneo occidental fue La Spezia. Desde allí la mayoría de la gente se fue a visitar Florencia. Pero yo pensé que aquello sería una locura. Ya he estado dos veces en Florencia en verano y tengo claro que no vuelvo a ir en esa época del año. Y mis hijas querían ir a la playa. Así que preguntamos y nos recomendaron ir a Monterosso al Mare, uno de los pueblos de Cinque Terre.
Pensamos primero en ir en barco, pero ese día el mar estaba picado y no se podía (una pena, me hubiese encantado). Así que fuimos en tren. Media hora andando hasta la estación de tren y, luego, unos veinte minutos y te plantas en Monterosso.
Monterosso, y todos los pueblos de Cinque Terre, fueron declarados Patrimonio de la humanidad por la UNESCO.
Nada más salir de la estación de tren, estás en el paseo marítimo, desde dónde se contemplaba una de las playas que, acertadamente, nos recomendaron.
Sigues andando por el paseo marítimo hasta llegar a un túnel para pasar al casco histórico del pueblo.
Y nada más cruzar el pasadizo, te encuentras con rincones pintorescos.
Era el mes de julio. Como no puede ser de otra manera, había mucha gente. Turistas en terrazas, turistas danzando para arriba y para abajo, turistas sentados en algún banco a la sombra.
Estábamos ya cansados y hacía mucho calor, de modo que, hicimos un pequeño receso para tomarnos una focaccia y una Moretti. Sabia decisión, sin duda. Aprovecho para apuntar que me encanta la cerveza italiana.
Tras el descanso, empezamos a callejear. Una delicia perderte por las estrechas y sinuosas callejuelas. Al poco, la Iglesia de San Giovanni Batttista. Tanto la fachada, como el interior, están decorados con mármol blanco y negro. Esa estructura bicolor es muy característica de la zona. Varias iglesias de Monterosso eran así.
Había tiendas coquetas en todos los rincones. Vendían bebidas y comida típica, ropa, cuadros, cerámica, artesanía, etc. Yo me compré un sombrero panamá, con el ánimo de resguardarme del sol. Lo compré en una pequeña tienda. Los chicos eran de Bangladesh. Estuve un rato charlando con ellos. Eran la segunda generación.
Las caruggi, las estrellas callejuelas de Liguria, la región donde está Cinque Terre, te llevaban a sitios realmente curiosos. Desde mi punto de vista, lo mejor de Monterosso son, precisamente, estas serpenteantes calles. En una de esas caruggi, me llamó la atención este buzón y su nota «per il postino» (para el cartero).
Y, tanto patear, da hambre, claro. Eran muchas las alternativas. Pero vimos una fuente de marisco y pescado que nos entró por los ojos. Comimos de maravilla. Y a buen precio. ¿El sitio? Restaurante Da Eraldo. ¿Lo recomendaría? Sí.
Con la panza llena, salimos del barrio viejo, para volver a la zona de la playa, donde había barcas pesqueras con sus típicos cobertores blanquiazules, y mucho ambiente. El sol pegaba con fuerza.
Si Dios quiere, algún día, iremos.